La Morelia de Alfonso Martínez se está cayendo a pedazos con la lluvia

Las lluvias en Morelia no solo han desbordado las calles, sino también la paciencia de sus habitantes. La tormenta de este jueves reveló de manera cruda la debilidad de una infraestructura que, de por sí ya venía tambaleándose, ahora se encuentra al borde del colapso. Un socavón en el Periférico Paseo de la República ha cerrado una de las principales arterias de la ciudad, un recordatorio visible de la crisis latente que enfrentan los morelianos.

En un contraste brutal, las redes sociales se han inundado de imágenes de baches y daños en las vialidades principales, una galería de fracasos urbanos que refleja la incapacidad de la administración de Alfonso Martínez Alcázar para manejar lo elemental. Las quejas de los ciudadanos, cada vez más desesperados y menos escuchados, pintan un cuadro desolador de una capital que parece haber perdido el rumbo.

La administración encabezada por Alfonso Martínez Alcázar, lejos de ofrecer respuestas o soluciones, ha optado por un discurso evasivo, señalando a los morelianos como los principales responsables de las inundaciones. Según el alcalde, la culpa recae en la basura desechada irresponsablemente por los ciudadanos. Sin embargo, esta explicación no solo resulta insuficiente, sino que ignora la realidad tangible de una ciudad que sufre bajo el peso de una infraestructura deficiente y una administración que, en lugar de actuar, prefiere culpar a sus gobernados.

En un giro irónico, es el Gobierno de Michoacán quien ha tenido que intervenir para enfrentar los efectos devastadores de las lluvias, un papel que debería haber correspondido al ayuntamiento. Las pérdidas materiales y las inundaciones en al menos cien colonias reflejan la magnitud de un problema que, según los funcionarios municipales, no recibirá compensación ni atención adecuada.

Morelia, así, se encuentra en el ojo de la tormenta, donde la lluvia no solo revela las fisuras en su infraestructura, sino también la profunda omisión de un gobierno que, en vez de asumir responsabilidades, opta por deslindarse y culpar a sus ciudadanos. En esta tormenta de negligencia, la ciudad queda a la deriva, buscando soluciones en un mar de desidia.

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