Trasladan a García Luna a prisión federal en Oklahoma

La reciente condena de 38 años de prisión a Genaro García Luna, ex secretario de Seguridad Pública durante el sexenio de Felipe Calderón, no solo marca un hito en la justicia, sino que también refleja el trasfondo de un entramado de complicidades y poderes que llegaron a su punto de quiebre en el contexto del juicio en Nueva York. Ahora, García Luna se enfrenta a la cruda realidad del sistema penitenciario estadounidense, específicamente en el Centro Federal de Transferencia (FTC) en Oklahoma, un lugar destinado a los primeros pasos hacia una reclusión definitiva.

Este traslado no es una mera cuestión de geografía, sino un claro reflejo de la estructura del aparato de justicia de los Estados Unidos, que sigue siendo una máquina bien aceitada para mantener a los más poderosos, y a los menos poderosos, tras las rejas, pero bajo un control férreo. El FTC de Oklahoma no es una prisión definitiva, sino un centro de reclusión temporal, un área de espera para aquellos que deben ser asignados a una instalación penitenciaria más adecuada a la naturaleza de sus delitos.

Situado en el número 7410 del boulevard MacArthur, en la Ciudad de Oklahoma, el FTC alberga a mil 271 personas, cuando su capacidad real es de solo mil 72. Este dato, lejos de ser anecdótico, subraya la sobrepoblación que el exfuncionario mexicano tendrá que enfrentar. Un centro mixto, donde hombres y mujeres, en espera de su asignación definitiva, sufren las tensiones que genera una instalación saturada. Y es que la falta de espacio, la violencia latente y el deterioro humano son parte de una realidad de la que nadie, ni el más poderoso, puede escapar.

A lo largo de los años, García Luna, quien fuera el brazo armado de Calderón en la guerra contra el narcotráfico, se vio envuelto en una trama que vinculaba la política, la delincuencia organizada y el aparato de seguridad del Estado mexicano. Su traslado a una prisión estadounidense, luego de ser condenado en un juicio que expuso el trasfondo de la relación de los gobiernos de México y Estados Unidos con el crimen organizado, es un recordatorio de la hipocresía que envuelve la “guerra contra las drogas”. La justicia norteamericana, en su afán de imponer sus leyes sobre los despojos que el sistema mexicano ha permitido, se cobra ahora una pieza de gran valor en este rompecabezas.

No es un secreto que el sistema penitenciario de EE.UU. es uno de los más criticados por las condiciones de hacinamiento y el trato a los prisioneros. García Luna, al igual que muchos antes que él, será parte de esta realidad, en un centro que no está diseñado para rehabilitar, sino para esperar. La vida en el FTC de Oklahoma es una antesala del olvido, una transición hacia una sentencia más larga y más profunda, que ni la plata ni el poder podrán salvarlo. Aunque el exsecretario de Seguridad Pública se haya ganado su lugar en la historia de la corrupción y el abuso de poder en México, la verdadera cuestión es si su destino en las manos del sistema penitenciario estadounidense será la misma condena implacable que muchos otros han sufrido en el país del norte.

El “hombre fuerte” de Calderón, quien algún día fue el símbolo de la lucha contra el crimen organizado, se enfrenta ahora al precio de sus acciones, una condena que, lejos de ser el final, podría ser solo el principio de una nueva fase en la que la justicia de los poderosos no encontrará descanso.

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